El 2 de junio de 1953 la Reina Isabel II celebraba su matrimonio con el duque de Edimburgo en la Abadía de Westminster. Fue la primera ceremonia de este tipo televisada en vivo para todo el Reino Unido, y como consecuencia se batieron los récords de rating existentes hasta aquel momento. Hoy, cerca de cumplirse el 60 aniversario de su coronación, la reina recibirá un premio inesperado: La Antártida Argentina.
Resulta que el gobierno del Reino Unido, tan adepto a decisiones unilaterales y a ir en contramano del resto de las naciones del mundo, ha decidido tomar una porción del territorio antártico y nombrarla Reina Isabel II en honor a su corona. No es casual que dicho territorio se superponga con el perteneciente a Chile y a la Argentina. La pregunta que se suscita entonces es, ¿cuál es el verdadero interés que se esconde tras éste homenaje?.
En el año 1959, en Washington, se firmó el Sistema del Tratado Antártico, cuya función es la de regular las relaciones internacionales en relación a la Antártida. Dicho sistema –que incluye varios documentos- abarca cuestiones de soberanía, de protección de la flora y la fauna, de explotación minera y de regulaciones fronterizas, entre otras. Originalmente firmado por doce países (entre los que se encuentran la Argentina y el Reino Unido), hoy las partes involucradas voluntariamente ascienden a cincuenta. El depositario de dichos documentos es Estados Unidos, mientras que la secretaría del Tratado Antártico se encuentra en Buenos Aires.
Uno de los puntos más relevantes de dicho documento consiste en una prohibición expresa a la explotación minera por un lapso de cincuenta años, firmada en 1990 por todos los estados participantes. Esto implica que en un lapso menor a treinta años –un suspiro en los tiempos que maneja la diplomacia- las puertas a la explotación de la Antártida se abrirán de par en par. Es ésta una oportunidad más que tentadora para una potencia imperial en franca decadencia, que ve con anhelantes ojos la posibilidad de echar mano al tesoro del Polo Sur.
Pero, ¿cuáles son los recursos a los que miran de reojo los países involucrados?. La Antártida, un continente circular de unos 4.500 kilómetros de diámetro, se destaca por la riqueza de sus recursos minerales, su flora y su fauna. Alberga en su interior a los llamados Montes Transantárticos, la cuna del manto carbonífero más grande del mundo. También existen gigantescas reservas de hierro, antimonio, cromo, oro y los adorados uranio y petróleo. A ello debemos añadir una abundante población de bacalao, pingüinos, focas, cangrejos y los famosos kraken, de quince metros de largo. Expertos consultados coinciden, sin embargo, en que el verdadero trofeo de la futura disputa será la enorme reserva de agua dulce que esconde el continente helado, que representa el 80 por ciento del total del planeta.
La Argentina tiene pergaminos de sobra para solventar su postura con respecto a la soberanía antártica. En 1815 el almirante Guillermo Brown, en persecución de la flota española que fustigaba el océano Pacífico, fue arrastrado por un temporal hasta el mar Antártico. Sus navíos Hércules y Trinidad fueron a dar contra “unas tierras heladas que aún no he logrado identificar”. En febrero de 1904, la Argentina se transformó en el primer país en tener presencia soberana en la región, instalando allí la Base Orcadas. Es ésta la más antigua de las bases en funcionamiento, con población permanente durante todo el año, familias y escuelas de nacionalidad argentina.
A la luz de estos argumentos, quedan aún muchas preguntas por resolver: ¿Cuál es la documentación que esgrime el gobierno de Su Majestad Británica para nombrar arbitrariamente un territorio que no le pertenece?. ¿Podrá la diplomacia argentina adelantarse a los hechos y lograr resolver este conflicto antes del 2040, cuando caduque la prohibición?. ¿O estaremos frente a otro conflicto Malvinas?.
Fuente http://realpolitik.com.ar/nota.asp?id=7011
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